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Entrevista a Vincent van Gogh


El pintor Vincent van Gogh afirma que su pintura proviene de la locura

“Soy un hombre de pasiones capaz de hacer cosas insensatas”

Ahora que ha resucitado, van Gogh, reconocido por su gran obra pictórica y por estar “loco” -hasta el punto de cortarse el lóbulo de la oreja y suicidarse-, explica sus cuadros e innovaciones en la pintura, relata sus atormentadas circunstancias personales, y se observa un siglo después.

Por Jessica Márquez Gaspar

¿Cuál es la línea que separa la cordura de la locura? ¿La genialidad de la psicosis? ¿Existe de verdad una diferencia entre el loco y el genio? Estas son las preguntas que surgen al examinar la vida y obra de Vincent van Gogh.
Este pintor nacido en Groot Zunder, Holanda, de escasa educación formal y muy pobre, ha pasado a la historia por la extraordinaria obra pictórica que desarrollara en el transcurso de sus 37 años de vida, que ha permitido caracterizarlo como “el gran genio de la pintura contemporánea”, y por su volátil temperamento y demás signos que permitieron caracterizarlo, también, de loco.
El paso del tiempo, el estudio del testimonio de su vida, conformado por sus más de ochocientas obras y las cartas que escribiera durante más de veinte años a su hermano Theo, ha permitido comprender mejor a este hombre, y descubrir en él a un individuo que tuvo una vida dura, fue increíblemente apasionado, frustrado y lleno de una inmensa tristeza, que tan sólo quería expresar la inmensidad de su mundo interior, pero sería, más allá del cliché, incomprendido por su época.
A pesar de la enorme calidad estética de la pintura de van Gogh, de su uso de los colores y la fuerza de sus representaciones, su talento sería reconocido únicamente después de su muerte. En vida, vendería una sola obra, y muchas se perderían al ser vendidos los oleos a traperos para ser rehusados. Muere profundamente atormentado por el fracasazo, consecuencia de una bala que se disparara en el estómago. Trágico final.
Hoy en día ha resucitado. Una nueva oportunidad ha sido abierta para desentrañar el misterio que Vincent representa, y yo la tomo sin pensarlo dos veces. Lo llamo al modesto apartamento de Arles, al sur de Francia, donde vive actualmente. Me atiende nervioso y algo molesto, -siento que he interrumpido su proceso creativo- pero acepta la entrevista, cohibido y con la voz algo cortada, se disculpa porque aún no entiende como funcionan los “dichosos aparatos estos” (se refiere al teléfono).
La mañana de la cita llego puntualmente a su apartamento con una pequeña sorpresa: un ramo de girasoles. Me recibe tímidamente, parece cohibido ante mi presencia, pero eso cambia cuando le extiendo las flores: corre a colocarlas lo más cerca posible de la ventana abierta para que la luz que entra las ilumine de lleno. Se abstrae durante un par de minutos observando la escena, la disfruta.
Nos sentamos en los únicos muebles en la habitación: dos butacas. A pesar de que en este siglo es rico, el apartamento no cuenta con nada ostentoso, en realidad, no cuenta con nada. Todo está lleno de lienzos, manchas multicolores, caballetes, y una cantidad industrial de pintura, muy acorde con el ritmo frenético de trabajo que llevó siempre.
El mismo Vincent parece una obra de arte. Lleno de pintura de pies a cabeza, sobre todo porque siempre le gustó chorrearla sobre el lienzo y pintar con las manos, tiene un ligero temblor en ellas que contrasta con el estado pacífico e introvertido que trasmite a simple vista, y que se sabe que es sólo una apariencia. Llama la atención lo delgado que está, la frondosa barba rubia de varios días, y el lóbulo faltante en su oreja izquierda. Ante su mirada interrogante hago la primera pregunta.

El camino que conduce al lienzo
Cuando inicio la entrevista parece tensarse, aprieta la mandíbula, pero se mantiene tranquilo. Hablamos de su infancia, de su juventud. Expresa con tristeza que no tuvo una educación formal, recuerda haber estudiado muy irregularmente en diferentes instituciones hasta los quince años aproximadamente.
Cuenta que después trabajaría en la sucursal de la casa Goupin, en La Haya. Cuando llega a esta memoria en particular se observa desolado, parece llenarlo la desilusión; cuando lo inquiero al respecto me confía que en aquella época se enamoró de Eugénie Loyer, que se negó a casarse con él. Después de un breve silencio exclama “fue un gran desencanto”.
Respondo con una pregunta:
¿Fue entonces que decidió ser monje y que dedicó grandes esfuerzos a predicar la palabra de Dios? Sin embargo, todo el mito que ha quedado de van Gogh para la posteridad lo representa como un hombre visionario, y no como un católico ortodoxo. ¿Cómo confluyen estos dos aspectos en Vincent?
La verdad me decepcioné de la Iglesia cuando no me dejaron seguir predicando, a pesar de mi gran compromiso y dedicación, y debes saber que entre los misioneros ocurre lo mismo que los artistas: hay una vieja escuela académica a menudo execrable, tiránica, la abominación de la desolación, en fin, hombres que tienen como una coraza, una armadura de acero de prejuicios y de convencionalismos.
Su voz va subiendo de tono, mientras su cara enrojece un poco y aprieta con fuerza los brazos de la butaca.
Su Dios, que ya no es mi Dios, es como el Dios del borracho Falstaff de Shakespeare: “el interior de una iglesia”, de verdad algunos misioneros se encuentran por extraña coincidencia (tal vez se sentirían ellos mismos, si fueran capaces de emociones humanas, un poco sorprendidos de encontrarse) plantados en el mismo punto de vista que un tipo borracho en cuanto a cosas espirituales. Pero parece poco probable que su ceguera se cambie allá abajo en clarividencia.
Y las cosas confluyen en mí porque no siento menos entusiasmo por Rembrandt o Milleto o Delacroix o quienquiera que sea, porque es al revés; solamente, ya ves, hay muchas cosas que se trata de creer y de amar, hay algo de Rembrandt en Shakespeare y de Corrreggio en Michelet y de Delacroix en Víctor Hugo y después hay algo de Rembrandt en el Evangelio y algo del Evangelio en Rembrandt; como se quiera, todo se vuelve más o menos lo mismo, con tal que se entiendan las cosas como buen entendedor.
Trata de comprender la última palabra de lo que dicen en las obras de arte los grandes artistas, los maestros más serios, y verás a Dios allí dentro. Alguien lo ha escrito o dicho en un libro y alguien en un cuadro.
Al terminar su respuesta, la más larga que ha dado hasta el momento, recobra poco a poco su color normal. Relaja las manos.
Entonces el arte llegó para llenar el vacío, afirmo. Mira con fijeza, con intensidad, y asiente. Explica que la pintura y la literatura siempre lo han apasionado, y que pintar es una actividad que puede realizar solo, y eso parece gustarle.
Menciono un nombre: Clarine María Hoormik. Su reacción es instantánea, abre mucho los ojos. Obviamente la recuerda. Cuenta que se enamoró de Clarine, varios años mayor que él, prostituta, y embarazada de un hijo que no era suyo. “No me es posible, ni me era posible, vivir sin amor. Soy un hombre con pasiones. Tenía que encontrar una mujer, de lo contrario me helaría y me convertiría en piedra”, dice de pronto, como disculpándose por aquella decisión. Agrega que ese romance no duro mucho porque su escaso dinero no alcanzaba para mantener el pequeño hogar, y menos aún cuando nació un segundo niño –tampoco suyo-, y por ello Clarine lo abandona. Vuelve la cara para que no note sus ojos aguados.

Los Comedores de Patatas
Hasta ahora las respuestas son escuetas, prevalece el carácter poco extrovertido de Vincent. Mira a los lados cada cierto tiempo. Le muestro entonces una pequeña reproducción de Los Comedores de Patatas, su primera obra maestra; este cuadro, que representa a unos campesinos pobres que comen las patatas que ellos mismos han sembrado, destaca por el trabajo de los claroscuros y por la forma en que trasmite su simple y casi precaria vida. Mientras van Gogh observa mi reproducción, orgulloso, continúo.
Ahora exploramos la relación con su familia. Expresa que fue difícil, sus padres prácticamente lo botaron de la casa cuando lo enviaron a trabajar en La Haya, y el decide, al tiempo que decide dedicarse al arte, romper definitivamente con ellos. “Pero volví a casa, a Nuenen”. Le pregunto por la etapa en esa ciudad y narra que logró que con sus padres la relación funcionara en ese momento, porque ellos apoyaron su arte, pero se hizo muy difícil vivir en aquel pueblo.
Hace una pequeña pausa antes de decir, con profundo dolor, “Fue entonces que murió mi papá”. Mirándose los zapatos va describiendo aquella dura etapa de luto, y explica que Los Comedores vendrá justamente en ese momento, así como otros cuadros menos importantes. Cuando habla del cuadro se nota orgulloso, levanta la mirada. “Se podría decir que se trata de una verdadera pintura de campesinos, yo sé que lo es”

Autorretrato con Sombrero de Paja
Es media tarde ya, y la luz entra por la ventana más suavemente, resaltando de forma especial su cabello rubio. Recuerda profundamente a su Autorretrato con Sombrero de Paja, un cuadro hermoso que lo representa. Sin embargo, cuando le pregunto por él, responde “Quise hacer el retrato de un amigo artista que sueña grandes sueños, que trabaja como canta el ruiseñor, porque su naturaleza está hecha de ese modo. Es un hombre rubio. Y quise poner en el cuadro el aprecio, el cariño que siento por él. Lo pinté, para comenzar, tal cual, es decir, tan fielmente como pude. Ahora bien, el cuadro no estaba así acabado porque para terminarlo decidí ser un colorista arbitrario. Exagero lo rubio de la cabellera. En lugar de pintar detrás de la cabeza el muro vulgar y mezquino de la habitación, pinté el infinito: hice un simple azul, el más rico, el más intenso que yo pueda elaborar. Y por esta sencilla combinación la cabeza rubia, iluminada sobre este fondo tan rico, produce un efecto misterioso, como el de la estrella en el azul profundo”. Lo dice con absoluta convicción.
Ese autorretrato es de su etapa en París -cuando fue a vivir con Theo, su hermano, tras la muerte de su padre- que Vincent rememora como el momento en que se unió a los grandes pintores de la época. Narra como trabó amistad con Toulouse-Lautrec, Emile Bernard, Pissarro, Guaguin, Signac, Anquetin, Seurat, Cézanne, Suzanne Valadon, Millet, Monticelli, y Delacroix, y cómo cada uno de ellos dejó una huella visible en su pintura, que se unió a la pasión por las estampas japonesas que descubrió también en esa ciudad. “París fue un gran aprendizaje, vivir de cerca el impresionismo, el puntillismo, conocer a mis héroes, sobre todo a Millet que tanto me inspiró”. Es, sin lugar a dudas, una época feliz, porque se asoma una pequeña sonrisa, la primera de toda la entrevista.
Es momento, entonces, de otra pregunta: Autorretrato con Sombrero de Paja no fue el único: un aspecto por el que ha sido ampliamente conocido es por su gran colección de autorretratos, que muestran ciertas variaciones de sus rasgos físicos según el momento que estaba viviendo. ¿Cómo sería un autorretrato de Van Gogh actualmente, ahora que es considerado uno de los grandes artistas de la pintura universal?
Sería exactamente igual. Quise hacer aquellos autoretratos para que un siglo después la gente los viera como apariciones... y lo logré. No hay razón para que sean diferentes.

Los Girasoles
Si por algo ha sido famoso van Gogh es por los girasoles. Aunque este motivo fue pintado por muchos artistas antes que él, fue su trabajo del color, especialmente del amarillo, lo que diferenció e hizo especial sus múltiples obras de girasoles que comenzaron en París, y siguieron durante varios años. Los Girasoles, su gran obra que lo hiciera verdaderamente famoso es, en realidad, parte de una serie de cuadros muy parecidos que estaban destinados a adornar la Casa Amarilla de Arles.
El ramo de girasoles que le traje a Vincent reposan en el atardecer. Descubro que mientras pienso la próxima pregunta los mira con deleite. Lo inquiero entonces sobre su trabajo de la luz y del color. “Los amarillos llamaron completamente mi atención, y la luz, la de Arles, es una luz que, a falta de otra palabra mejor, no puedo sino llamar amarilla, amarillo de azufre pálido, limón dorado pálido ¡Qué hermoso el amarillo!”.
Sonríe abiertamente al pasearse por este tema, se levanta de la butaca y toma los girasoles, los observa, y comenta “Siempre me han fascinado, pero para alcanzar ese tono de amarillo de aquel verano tuve que partirme el pecho. Valió la pena. Recuerdo que le dije a Theo en una carta que vería como, esas telas de girasoles que le envié para que las conservara en la intimidad, llamarían la atención. Mis girasoles, y en especial Los Girasoles, son de esa clase de pinturas un poco cambiantes de aspecto, que se enriquecen si la miras mucho rato”. Está casi eufórico, y este estado tarda un poco en desaparecer.

La Casa Amarilla. La Habitación de van Gogh. La Silla de van Gogh
Pocos saben que La Casa Amarilla, La Habitación de van Gogh y la Silla de van Gogh son todos de la misma época: Vincent pinta estos tres cuadros durante la temporada que vive en Arles, al Sur de Francia, justamente donde se residencia ahora.
La Casa Amarilla es la representación del espacio que sería su hogar. “En ella quise organizar una comunidad de artistas donde se discutiera de arte, y se compartiera comunitariamente la pintura, esta idea proviene de París, y fue uno de mis grandes sueños”. Comenta que durante esta época invitaría a Gaughin a unirse a la comunidad, y él acudiría, pero las diferencias entre ellos evitarían que se llevara a cabo este proyecto. Regresa el temblor de las manos y de la voz, cuando expresa “Mi tormento fue, entonces, ¿Para qué podría yo servir? ¿No podría yo ser útil de alguna manera? Ya ves, esto me atormenta continuamente, y además uno se siente prisionero en su tormento, excluido de participar en tal o cual obra, y tales y cuales cosas necesarias están lejos de tu alcance. A causa de esto no se vive sin melancolía, después se sienten vacíos allí donde podría haber amistades y altos y serios afectos, y se experimenta cómo el terrible decaimiento roe hasta la misma energía moral, y la fatalidad parece poder poner una barrera a los instintos afectivos y una marea de náuseas sube a la garganta. Y en seguida se dice: ¿hasta cuándo, Dios mío?”.
Tiene la respiración entrecortada, se ha hecho de noche y la luz artificial le da un efecto de dramatismo a la escena, resaltando sus facciones ahora adustas, y su mirada perdida. Entramos en terreno difícil, porque debo preguntarle sobre la automutilación del lóbulo de su oreja izquierda. El relata lo sucedido: “Gaughin quiso abandonarme, y también a la comunidad, e intenté atacarlo con una navaja, me corté el lóbulo de la oreja y se lo dí a una prostituta amiga mía. Supe después que, mientras yo estaba inconsciente, Gaughin fue acusado de haber intentado matarme; finalizada esta situación se iría, como dijo, y con él el sueño de la Casa Amarilla. Estuve varios días en el hospital, Theo y mis amigos Roulin y Paul Signac fueron a visitarme, la comunidad de artistas ya no se realizaría, y mi amistad con Gaughin, que siempre fue para mí muy importante, se debilitaría enormemente, aunque no terminaría”.
Quedarían de testimonio de la Casa, la Silla y la Habitación de Van Gogh, que muestran una nueva técnica del color y de la perspectiva, por lo que son ampliamente conocidos en todo el mundo. El primero es la introducción de un elemento nuevo en la pintura: la silla. Del segundo expresa, “Es simplemente mi dormitorio; sólo que el color predomina aquí, dando con su simplificación un estilo más grande a las cosas y llega a sugerir el reposo o el sueño en general. En fin, con la vista del cuadro debe descansar la cabeza o más bien la imaginación. Las paredes son de un violeta pálido. El suelo es a cuadros rojos. La madera del lecho y las sillas son de un amarillo de mantequilla fresca; la sábana y las almohadas, limón verde muy claro. La colcha, rojo escarlata. La ventana, verde. El lavabo, anaranjado; la cubeta, azul. Las puertas, lilas. Y eso es todo –nadie más en este cuarto con los postigos cerrados-. Lo cuadrado de los muebles insiste en la expresión del reposo inquebrantable. Los retratos en la pared, un espejo, una botella y algunos vestidos. El marco –como no hay blanco en el cuadro- es blanco”.
De esta forma, dos cuadros que se suponía expresaran descanso, tranquilidad, quedan marcados por la época más terrible y convulsa de la vida de Vincent. No puedo evitar preguntarme si existe una habitación como la descrita en aquella zona del apartamento que no he podido conocer, La Habitación de van Gogh.

La Noche Estrellada
A caído ya la noche, y las estrellas lo llenan todo. Recuerda profundamente a La Noche Estrellada, otra de sus grandes obras ampliamente conocida. Es de especial importancia porque presenta la vista desde el sanatorio de Saint-Remy-de-Provence, donde Vincent estuvo recluido voluntariamente después de la automutilación.
Ahora mira por la ventana, y le pregunto por esta obra tan particular, guarda silencio, y dice de pronto, de golpe: “Yo confieso no saber por qué será, pero siempre la vista de las estrellas me hace soñar, tan simplemente como me impulsan a soñar los puntos negros que representan en el mapa las ciudades y lugares. ¿Por qué, me pregunto, los puntos luminosos del firmamento nos serían menos accesibles que los puntos negros en el mapa de Francia? Si tomamos el tren para irnos a Tarascón o a Rúan, tomamos la muerte para irnos a una estrella. Lo que es realmente cierto en este razonamiento es que, estando en vida, no podemos irnos a una estrella; lo mismo que estando muertos no podemos tomar el tren. En fin, no me parece imposible que el cólera, el mal de piedra, la tisis, el cáncer, sean medios de locomoción celeste, como los barcos a vapor, los ómnibus y el ferrocarril, lo son terrestres. Morir tranquilamente de vejez sería ir a pie”.
Este gran cuadro constituyó un hito en la pintura por introducir un dinamismo hasta entonces desconocido en la pintura, van Gogh dice al respecto que “quería encontrar el modo de probarnos algo tranquilizador y que nos consolara de tal manera que cesáramos de sentirnos culpables o desdichados”. Pero él pareciera sentirse culpable, se muerde el labio inferior, y baja nuevamente la mirada, esa no fue la mejor etapa de su vida.
Hago otra pregunta de importancia: Sr. Vincent es mundialmente conocido por su visión única de los girasoles. No obstante, los críticos de arte coinciden en su visión única de un tema que no fue abordado por ningún artista de su época: los cipreses. “Noche estrellada” y otras de sus obras que incluyen este elemento, son aclamadas por la maravillosa representación que hace de este elemento natural. Ahora, retrospectivamente, ¿Por qué no se dedicó o se dedica a pintar cipreses?, ¿por qué no darle un mayor protagonismo en sus obras? Tal vez actualmente sería conocido como “van Gogh de los cipreses”.
Es cierto que mis cipreses son particulares. Me han preocupado siempre, de hecho, quise hacer algo como las telas de los girasoles, porque me sorprende que nadie los haya hecho todavía como yo los veo. En cuanto a líneas y proporciones, son bellos como obeliscos egipcios, y el verde que utilicé es de una calidad tan distinguida.
Los cipreses son la mancha negra en un paisaje lleno de sol o de luz de luna, peros una de las notas negras más interesantes, de las más difíciles de captar exactamente, que pueda imaginar. Luego hay que verlos contra el azul, en el azul para decirlo mejor. Son muy grandes y macizos. El brusco final de mi vida me impidió desarrollar todo esto, y es una lástima. Ahora que tengo esta segunda oportunidad, lo haré.
Se anima. Parece resistir el impulso de levantarse a pintar cipreses, por la forma en que aprieta, ahora, los brazos de la butaca: alegremente.

Campos de Trigo con Cuervos
Es un cuadro poco conocido, pero fundamental por ser uno de los últimos que Vincent pintara. Después de salir del sanatorio, cuenta, pasaría una buena época siendo tratado por el doctor Gachet en Auvers–sur-Oise, pues comprarían por la insignificante cantidad de 400 francos Las Viñas Rojas, la única obra que vendería en vida, y recibiría una magnífica crítica de Albert Aurier que decía, sobre su obra: “Se trata de la universal, loca y cegadora fulguración de las cosas; se trata de la materia, de la naturaleza entera retorcida frenéticamente, paroxizada, subida al punto más alto de la exacerbación; se trata de la forma que se convierte en pesadilla, del color que se convierte en llamas, lavas y pedrerías, la luz que se convierte en incendio; la vida, fiebre alta”.
Continúa explicando, ante mi pregunta, lo que sucedería después. Recibe una carta de Theo que le contaba el progresivo deterioro de su salud y las dificultades en el trabajo, y aunque éste lo fue a visitar, eso no calmó a Vincent, y hacia el final pintó Campos de Trigo con Cuervos que “Son vastas extensiones de trigo bajo cielos tempestuosos, y no tuve dificultades para tratar de expresar la tristeza y la extrema soledad”. Sabe el final de esta historia y regresa al estado de tensión original.
Al poco tiempo se dispararía, en un campo como el retratado, una bala en el estómago que lo mataría dos días después.
Por último, la gran pregunta: ¿Considera que ciertos elementos de sus obras que marcaron sus innovaciones en la pintura, -la intensidad de los colores, el uso de remolinos, las líneas diluidas de las figuras, la perspectivas particulares- se corresponden con una búsqueda estética, o cree que está loco, como se ha afirmado?
No conozco mejor definición de la palabra arte que ésta: “El arte es el hombre agregado a la naturaleza”; la naturaleza, la realidad, la verdad, la locura, pero con un significado, con una concepción, con un carácter, que le artista hace resaltar, y a los cuales da expresión, “que redime”, que desenreda, que libera, que ilumina. Y eso hice con mi pintura.
Soy un hombre de pasiones, capaz de hacer cosas más o menos insensatas, de lo cual me arrepiento a medias. Me ocurre a menudo que hablo u obro con demasiada precipitación cuando sería mejor esperar con más paciencia. Creo que otras personas pueden también algunas veces cometer imprudencias semejantes.
Ahora ¿qué hay que hacer, debo considerarme como un hombre peligroso e incapaz de cualquier cosa? No lo creo. Pero se trata de sacar por todos los medios de estas pasiones grandes obras, grandes logros, un buen partido. Por ejemplo, para mencionar una pasión entre otras, tengo una pasión más o menos irresistible por los libros y tengo necesidades de comer mi pan. Tú, tú podrás comprender esto. Cuando estoy en el ambiente de cuadros y de cosas de arte, siento entonces por ese ambiente una violenta pasión que va hasta el entusiasmo y no me arrepiento.
Por supuesto que son producto de la locura, pero son, y siempre serán, una búsqueda estética, la búsqueda eterna de las formas expresivas del arte.
Expresa sin temblor en las manos, sin quiebres de voz, y mirando fijamente, para que no quede la menor duda.

Cuento del I Rally Metropolitano de Escritores

Cicatriz


Clavelito: 1859 metros

Los Venados: 3.250 metros

Boca de Tigre: 6.696 metros

Hotel Humboldt: 8971 m

Lo primero que recibe al visitante son las impresionantes distancias que lo separan de su destino. La mirada serena de Luis Enrique se tropieza con nuestro grupo. Intuye de inmediato que no somos los típicos viajeros. Queremos llegar a un lugar nuevo y desconocido. Pronto nos ofrece llevarnos a un espacio único: Río Escondido.

Nos embarcamos en su viejo jeep blanco. En pocos segundos aparecen las curvas sinuosas y la velocidad vertiginosa. Al principio el silencio reina, poco a poco Luis Enrique empieza a contar su historia. Es un galipanés como los demás conductores. Ama a su tierra profundamente y hace todo el esfuerzo posible por mantener ese paraíso que se alza sobre Caracas: el Ávila.

Comenta con orgullo que la cooperativa de la que participa realiza limpiezas periódicas de la carretera y sus adyacencias. En aquellos hermosos parajes la basura no es sólo un problema estético, y a la contaminación se suma que una botella puede provocar un enorme incendio. Aquella frase queda resonando en nuestras conciencias, hasta que notamos que hemos dejado atrás todo vestigio de civilización. Estamos envueltos por la paz y el silencio. Vamos dejando de hablar, sentimos la magia que se desprende de cada hoja en nuestro camino.

De pronto, paramos. Una hermosa cierva nos bloquea el paso mientras come pasto con delicadeza. Nos bajamos para observarla sin hacer movimientos bruscos. Descubrimos que está embarazada. Ella, testaruda, se niega a moverse por media hora. Continuamos nuestro recorrido y en poco tiempo llegamos a Río Escondido.

Caminamos durante veinte minutos hasta encontrarnos con un paisaje encantado. Una pequeña cascada de aguas cristalinas continúa en un río hermoso, rodeado de copeys, almendros y orquídeas de todos los colores. Nos bañamos durante largo rato y disfrutamos del ambiente. . La densidad del follaje nos impedía ver el cielo, pero nos acostamos en la grama a mirar al sol pasar entre las ramas. Almorzamos, y al rato emprendimos el regreso al punto donde Luis Enrique nos recogería.

Él llegó con cara de profunda preocupación. Dijo que la irresponsabilidad de un grupo de visitantes produjo un incendio, y que Imparques y los bomberos lo tenían controlado, pero los daños eran importantes. A medida que fuimos bajando hacia Cotiza, el humo y las llamas se hicieron visibles. Nuestro punto de partida estaba poblado de camiones de bomberos y jeeps que se preparaban para subir. Nos pidieron que despejáramos el área.

Regresamos a Caracas, a la caótica y maravillosa Caracas, mientras el humo del Ávila invadía los cielos de la ciudad. Horas más tarde, nuestra montaña exhibía una negra y dolorosa cicatriz en una de sus laderas.

Cuento del I Rally Metropolitano de Escritores

Tanto tiempo después


Mira atónito un letrero. Extasiado, está parado en una esquina. El motivo de su asombro es el nombre de la avenida, escrito en letras blancas: Francisco de Miranda.

Trascurridos dos siglos, Miranda ha resucitado. Su estatua de El Paseo Los Próceres ha cobrado vida e iniciado un largo viaje por una ciudad que, tanto tiempo después, no reconoce como Caracas.

Francisco recorre el Paseo. Al principio se concentra en las fuentes, escaleras, y en las otras estatuas que lo componen luego, de repente, descubre a Caracas. Observa con asombro aquellos puntos de colores que son los carros, y se pregunta constantemente que ha sido de los caballos y carruajes. Por todas partes marchan hombres vestidos de verde y por un segundo siente que es un batallón, como los que hace tiempo no guía.

Aunque ha caminado bastante, sigue sin entender dónde se encuentra. ¿Será que me han liberado?, se pregunta. Lo último que recuerda es su celda en la Carraca, su plan de escapar a la libertad que se merece. Parecería que lo ha conseguido. Sin embargo, aquello no es España. El palpitar de aquella ciudad es diferente, casi mágico.

Observa hombres y mujeres que no se visten como deberían. Un muchacho pasa rozándolo a toda velocidad, montado sobre un pedazo de madera con ruedas al tiempo que, viéndolo, murmura “Bicho raro”. Lo mira por unos segundos y podría jurar que, en el centro de su cabeza, su pelo desafiaba insistentemente la gravedad. Los Próceres llega a su fin, pero él no se detiene. Continúa caminando en su intento de descubrir dónde se encuentra.

Han pasado las horas y Miranda está en la avenida Río de Janeiro. Camina junto a un río lleno de basura que le parece vagamente conocido. Más allá de los puntos de colores puede leer anuncios tan extraños como “Centro de Servicio Sony” o “Party George”. En aquella avenida siente el ritmo que marcan, en conjunción perfecta, los espacios y los individuos, el ruido y el silencio, el concreto y los árboles.

Se encuentra rodeado de estructuras verticales con ventanas. De una estructura marrón emerge, a seis metros de altura, una señora que tiende ropa. Pasmado reza para que no se caiga. Al levantar la vista descubre otras estructuras, éstas, aunque horizontales, se alzan varios metros sobre su cabeza, y por ella circulan los puntos de colores.

Llega a una esquina donde un elemento amarrillo emerge del suelo. Éste tiene ramas con frutos que parpadean con colores rojos, verdes y amarillos. Junto a el un hombre con sombrero de hongo blanco mueve los brazos en frenético baile, y los carros siguen la trayectoria de sus movimientos. Huyendo de aquella escena, obliga a un punto de color a parar en seco su trayectoria, mientras de él emerge un individuo barbudo que, exaltado, le grita: ¡Chico quítate! ¡Tas atravezao! A lo que Miranda responde: “No seáis vos tan indecente, en todas las ciudades del mundo privar la libertad debe, en cuanto es el humano libre de transitar por estos mundos de Dios”, con aplomo y gallardía. Dicho esto, corrió despavorido.

Atraviesa un puente sobre el río y emprende la subida de una inclinada cuesta. Las estructuras verticales se hacen más altas y de vidrio. Diversos olores de comida invaden el aire mezclados con un humo que le recuerda los cañones. Escucha al vuelo una conversación que dos mujeres mantienen pero no entiende nada: “si mija, hasta la harinapan está carísima. Ya no sé qué vamos a hacer, los realitos del sueldo mínimo no alcanzan pa` na”

El día ha ido pasando y la tarde se cierne sobre aquella ciudad. De pronto, un monstruo metálico gigantesco decide detenerse junto a él. Del interior de aquella bestia proviene un ruido que nunca había escuchado: “Altamira, losruices, loscortijos, laurbina, petareee”. En vez de huir, un grupo de personas corre hacia el monstruo y se mete en él con premura.

El ruido sube de tono. Los puntos de colores se encuentran todos en fila y producen un sonido irritante y continúo. Sólo su cabeza retumba tanto como el piso. Escapando de aquello llega a una zona particular. Estructuras bajitas, algo añejas por el tiempo, exhiben objetos detrás de grandes vidrios, algunas tienen muñecos de colores que cuelgan frente a la puerta, de la mano de adultos, los niños los señalan con ilusión.

Una lluvia copiosa lo agarra desprevenido. Quedó empapado. Logró a duras penas refugiarse bajo el techo de una estructura con una “M”, amarilla y gigantesca, que la coronaba. Observó repetidamente a hombres que se cubrían la cabeza con un papel al que llamaron “periódico”. Aunque no eran como los que conocían, si tan sólo pudiera hacerse con uno de ellos o una Gazeta, podría saber dónde se encontraba.

Cuando escampó continuó caminando. Descubrió de pronto una caja metálica de cuyo techo colgaban algunos periódicos. Tomó uno pero, antes de alejarse, una mujer emergió de la caja y le gritó que pagara. ¿Pagar?, ¿Con qué?, la señora, molesta de verdad, le respondió que con Bolívares Fuertes. Se detuvo en seco ¿Bolívares Fuertes?, ¿Qué tiene que ver el Libertador con todo esto? Finalmente se alejó tanto que ya no oía las protestas de la mujer.

Ahora leyó el periódico que había tomado. No era una Gazeta, pero servía. En su distracción chocó con un palo metálico que emergía del piso y el periódico se regó por todos lados, mientras el viento se encargaba de llevarlo lejos. Esa no sería la pista. Continúa recorriendo. De pronto, una imagen maravillosa se perfiló ante él: El Ávila. Sobraron las palabras para explicar qué ciudad era aquella, sólo Santiago de León de Caracas se extendía a las faldas de tan hermosa montaña.

No obstante, aquello no podía ser Caracas. Sabía que su estancia en la Carraca había sido larga, pero en tan pocos años su amada ciudad no podía haber cambiado tanto. Se sentó en un banco de una extraña plaza a reflexionar, una plaza con un obelisco de considerable altura en el medio y una fuente que parecía una cascada. Ahí permaneció hasta que empezó a ponerse el sol.

Cuando la noche lo envolvió todo, decidió seguir caminando. Ahora no mira aquella ciudad. Ignoró lo que lo rodeaba por largo rato, hasta que un letrero en una esquina capta su atención. El motivo de su asombro es el nombre de la avenida, escrito en letras blancas: Francisco de Miranda. Un poco más allá, un letrero grande rezaba también “Miranda” y debajo de él, se extendía un inmenso parque.

Parado, ahí, no sabía que creer. Aquella era una ciudad inacabada, pero también increíble, prodigiosa, pujante, para la cual él parecía ser importante. Tal vez no fuera la Caracas a la que estaba acostumbrado, pero era una ciudad en la que estaría dispuesto a continuar caminando.

Cuento del I Rally Metropolitano de Escritores

Necesito una ambulancia

Una llamada lo cambió todo. Sólo atender el teléfono desató un pandemónium que duraría muchas horas. Mi primo llamó llorando y lo que decía se perdía en los efectos de su situación. Mientras marcaba el 911 desde mi celular, temblaba. “Esto no puede estar pasando” -me dije. Me invadió el profundo terror de que, a sus 35 años, mi primo se muriera de una sobredosis.
La voz de la operadora me preguntó mi emergencia; con un enorme esfuerzo controlé mi voz y le dije que necesitaba una ambulancia. Me comunicó y una voz masculina dijo: “Bomberos Metropolitanos”. Expliqué con dificultad que mi primo tenía una sobredosis de cocaína, y que necesitaba una ambulancia que lo trasladase a un centro médico.
Me aseguraron que llegarían, al edificio donde reside en la Av. Libertador, en 20 minutos. La reacción de mi mamá fue la más lógica: pensó que deberíamos asegurarnos que pudieran atenderlo. Febrilmente fuimos llamando a los hospitales. Clínicas Caracas, Centro Médico, Santiago de León, la Esmeralda, Santa Sofía, Él Ávila, fueron tan sólo algunos con los que nos comunicamos. La emergencia de la gran mayoría estaba colapsada, varias dijeron que no aceptaban drogadictos.
Entramos en pánico, ¿a dónde lo llevamos?, nos preguntamos con impotencia. Habían pasado 25 minutos, llamamos a mi primo y no lo habían buscado todavía. La tensión subió y decidimos montarnos en el carro y llevarlo, a donde fuese, nosotras mismas. Hubiese sido una gran idea si no fueran las 5:30 de la tarde. Nos tomó casi cuarenta y cinco minutos llegar hasta donde vivía.
Sin embargo, en el camino la suerte nos sonrió: una ambulancia de los bomberos metropolitanos quedó junto a nosotras en un semáforo. Les explicamos nuestra emergencia y diligentemente llamaron a la central. Aunque el semáforo cambió nos quedamos paradas y los cornetazos no se hicieron esperar. Dijeron que la ambulancia se había perdido, que no conseguía el edificio. Les di una referencia impelable: hacia esquina en la bajada hacia El Bosque.
De ahí en adelante mi mamá pasó de la conductora pacífica y cívica que ha sido siempre, a una piloto endemoniada que se escurría entre los carros a una velocidad vertiginosa, mientras yo estaba en contacto con mi primo por el celular. Repasé mentalmente los efectos de la cocaína, recordando la charla antidrogas que me dieron hace tres años: Una alta dosis de cocaína provocaba paro cardíaco y con ello, la muerte.
En algún momento dejó de atender el teléfono. Cuando llegamos ahí una vecina nos dijo que los habían recogido 25 minutos antes. Caímos en cuenta que no sabíamos a donde se dirigían. Justo antes de desesperarnos, se nos ocurrió llamar a los bomberos y preguntar a dónde los llevaban. Iban al Psiquiátrico de Sebucán que, según nos dijeron, era un centro especializado en desintoxicación. Enfilamos rumbo hacia allá mientras caía la noche.
En el Psiquiátrico nos recibió una paz absoluta. Parecía que estaba vacío. Encontramos a dos doctores fumando en la puerta del edificio, a la ambulancia fuera de servicio (sólo trabajaba de día) y una completa ausencia de enfermas. Adentro, mi primo lloraba desconsolado. Su alivio fue increíble cuando nos vio. No sabía que haríamos el esfuerzo de localizarlo.
La mirada extraviada de mi primo me perturbó profundamente. Al parecer, tenía tres días consumiendo y, en aquella clínica, no tenían ni siquiera suero. Sin chequearlo lo habían remitido a Coche. Intentando mantener la calma, nos sentamos todos en unos bancos fríos de madera a pensar en el siguiente movimiento. Mi primo anunció que veía todo de colores y que sentía que se iba a desmayar. Pasamos del pensamiento a la acción: lo montamos en el carro y empezamos a manejar. Una hora más tarde una doctora nos diría que le salvamos la vida por comprarle Pedialite en una farmacia en el camino.
Mientras él tomaba su suero sabor cereza mi mamá volvía a manejar a toda velocidad, hacia el único lugar donde nos aseguraron que lo atenderían. Nos tomó media hora llegar a Salud Chacao. En el trayecto yo no podía dejar de sentir, simultáneamente, rabia y compasión, no puedo aceptar con facilidad que alguien atente contra su vida de esa manera.
Comiéndonos una larga flecha llegamos a la sede de Salud Chacao en la Av. Libertador. Habían pasado 3 horas desde la primera llamada. Dirigimos a mi primo hasta la recepción y una doctora joven lo atendió con prontitud. Tuve que quedarme presente porque no respondía coherentemente las preguntas que se le hacían. Lo llevaron a una camilla y lo trataron. Ni siquiera preguntaron si vivíamos en el municipio, teníamos una emergencia y ellos se hicieron cargo.
Pasé la siguiente hora en la sala de espera. Sentada junto a mi mamá, estaba demasiado aturdida para llorar, demasiado impactada para tener emociones. Sentía que habían pasado siglos desde esa llamada. La doctora nos llamó y nos explicó la situación: estaba estable pero era muy posible, dado la gran cantidad de coca que había ingerido, que tuviera problemas cardíacos irreversibles. Eso casi logró quebrarme.
En aquel punto me pidieron que saliera de la oficina y me fui a hacerle compañía. Tendido en una camilla, como otros ocho pacientes, recibía vía intravenosa dos medicamentos y suero. Tenía las venas de los ojos dilatadas y unas enormes ojeras rojas. Aún estaba drogado. Afirmó, ahora más sereno, que casi se muere. Me contuve para no llorar del alivio: sabía que aquellos cuidados gratuitos, que le dispensaban, lo habían salvado.
Volví a la sala de espera. Mientras tanto, a él le hicieron un ecosonograma para descartar daño cardiaco. Las pruebas estaban dentro de lo normal. Eran las nueve de la noche: habían trascurrido, en lo que a mí me pareció una eternidad, sólo cuatro horas. Mientras esperaba que lo dieran de alta, entendí de pronto lo que era evidente: era demasiado fácil morirse en esta ciudad, por falta de atención médica.

Cuento del I Rally Metropolitano de Escritores

Si yo fuera presidente

-Bienvenidos sean todoos y todaas a esta nueva edición de… ¡Si yo fuera presidente! -dijo Fernando Correa, como presentación del programa de concursos que conducía, desde hace un año, en la televisora canal 7.
-Esta noche tenemos participantes muy especiales. Francisco Hernández, de Delta Amacuro. (Aplausos). María del Carmen Rojas, de Caracas. (Más Aplausos). Gabriel Da Conceicao, de Valencia. (Aplausos de nuevo). Y María Antonieta Pernachio, de Puerto la Cruz. (Aplausos).
Comenzó el juego. La primera ronda era sencilla: tenían que enunciar la forma de llevar a cabo, efectivamente, tres promesas electorales. Un participante con la peor respuesta, sería eliminado. En una enorme pantalla aparecieron tres frases:
1. Disminuir el número de delitos en el país
2. Mejorar el seguro social
3. Mejorar la educación pública
Tendrían 2 minutos para pensar sus respuestas. Correa leyó las frases y dijo la palabra mágica: ¡Tiempo!
Acompañados por una música que imitaba el Tic-Tac del reloj, los cuatro participantes escribían frenéticamente en pequeñas pizarras. El grupo de expertos que juzgaría las repuestas, sentado un poco más allá, esperaba ansioso que se agotaran los dos minutos.
Una alarma indicó que se acabó el tiempo. Sudando frío, Francisco explicó sus propuestas:
-Yo aumentaría el número de policías en todos los rincones del país, de esa forma, los ciudadanos estarían mejor cuidados; le subiría el sueldo a los médicos y enfermeras de los hospitales públicos, y le daría medicinas y cosas que necesitan para tratar a los pacientes. Por último, haría un plan para poner las escuelas y liceos en buen estado y contrataría más y mejores profesores. –Una lluvia de aplausos siguió a su respuesta.
Le siguió María del Carmen. Yo le enseñaría a la gente que robar y matar es malo, haría más hospitales, y pondría más pupitres para que más niños pudieran estudiar. –Dijo ella, seguida de aplausos.
Gabriel fue el tercero. Yo le daría más armas a la gente buena, de forma que evite que la mala cometa delitos. Haría más grande los hospitales para que quepa más gente enferma, y haría todos los colegios de monjas, que son las mejores profesoras -Propuso él, mientras recibía aplausos del público.
María Antonieta fue la última. La verdad no se le había ocurrido gran cosa. Titubió mientras decía: le daría más dinero a la gente para que no tuviera que robar, daría más vacunas para que la gente no se enfermara tanto, y financiaría que más niños fueran a colegios privados. –Los aplausos fueron escasos Correa dijo de pronto:
-Y ahora, vamos a comerciales mientras el jurado delibera. No se muevan de ahí que pronto volvemos con ¡Si yo fuera Presidente!, patrocinado por pollos T, ¡el pollo tofu es su mejor opción!
Los expertos meditaron, no les fue difícil identificar quién se quedaría por fuera.
-Bienvenidos de vuelta a nuestro programa. Hemos terminado la primera ronda y el jurado ha tomado una decisión. Ahora sólo dos participantes seguirán jugando. –Apenas terminó Correa de hablar, la tensión aumentó. Una mujer en sus veintes le entregó una bandeja de plata con un sobre que contenía el veredicto. Correa lo habló, y luego de hacer un sobreactuado gesto, dijo:
-Seguirán jugando... ¡María del Carmen!…y…-Una música prefabricada para crear dramatismo inundó el ambiente- ¡Francisco! Lo siento María Antonieta y Gabriel, pero no pasan a la siguiente ronda.
-Ahora –anunció Fernando- es hora de pasar a la segunda ronda. Cada participante pasará a una sala donde deberá resolver un grave conflicto nacional con ayuda de ministros y altos funcionarios. Tendrán cinco minutos para hacerlo. –Los participantes corrieron a colocarse cada uno en las mesas que le correspondían, tuvieron un par de minutos para entender la situación que tenían que solucionar.
María del Carmen se enfrentó a una inundación. Había llovido por dos días en el país y tenía que encontrar la forma de salvar a la mayor cantidad de gente y de contrarrestar los efectos. Decidió mandar una cantidad enorme de balsas a todo el país para salvar a la gente y mandar a construir casas de bahareque para todos los damnificados. El pueblo silbó para expresar su aprobación.
Francisco debía encargarse de un terremoto. Un temblor de 8,5 grados había azotado a todo el país. Lo daños eran catastróficos y el gobierno no sabía si no se repetiría. El decidió mandar a todos los bomberos, paramédicos, policías y doctores a el operativo de rescate más grande de nuestra historia. Le compró a los supermercados comida y colchones a las tiendas, habilitó cada edificio del gobierno en buen estado para recibir a los afectados y le pagó a los hospitales privados para recibir a las víctimas. El público aplaudió de pie.
Una vez cumplido el tiempo Correa anuncia los resultados de cada uno. Ahora, los expertos deliberaran otra vez. Sólo uno de los participantes pasará a la ronda suicida. Si la completa, ganará un millón de bolívares flacos. –Anunció con falsa emoción.
El jurado ha observado el proceso de cada concursante y ha llegado a una decisión. No pasan a la siguiente ronda… ¡María del Carmen!, lo siento María. Felicitaciones a Francisco de Delta Amacuro. –El público se volvió loco.
Para la ronda suicida, Francisco tendrá que convencernos, en un minuto, de por qué él debería ser presidente –Explicó Correa. Con un micrófono en la mano, Francisco dijo: Lo único que quiero es encontrar buenas soluciones a los problemas que nos afectan, que vivamos mejor, que tengamos calidad de vida, buena educación y salud, seguridad. Que todos ustedes sientan que su gobierno los cuida y trabaja todos los días para hacer de éste, un país mejor. El público aplaudió parado durante cinco minutos, mientras él era llevado tras bambalinas. Dos minutos después se le declaró ganador del concurso pero Francisco había desaparecido.

Una cámara de vigilancia reveló lo sucedido. Dos hombres vestidos de fucsia obligaron a Francisco a entrar en una camioneta amarillo pollito que esperaba en la salida trasera del canal. La placa del vehículo rezaba “de uso oficial”.

El noticiero de las doce anunció rumores que todos conocían: el ganador de Si yo fuera presidente era el nuevo asesor del primer mandatario nacional.

Cuentos del I Rally Metropolitano de Escritores

Se ha ido para siempre


En un viejo tocadiscos suena una canción olvidada. Un señor entrado en años apoya el codo en el mostrador de su sastrería, que ha estado en el mismo sitio desde la época de Medina Angarita. Tararea gustoso un bolero de la Billo`s que lo trasporta a otros tiempos, mientras evoca aquellos lugares que tanto amó y que ya no existen. Aquellos espacios de Caracas que marcaron pauta.
Escucha “Sueño de Caracas” y en sus ojos brilla la juventud ya pasada. Con profunda nostalgia, relata a quien quiera escucharlo la historia de todo aquello que se desvaneció en el tiempo. Especialmente, la de un restaurant que “se ha ido ya”: el “Jaime Vivas”. Sus manos, aún firmes para cortar la tela, quisieran pintar a los visitantes aquel local de comida criolla que se encontraba diagonal a la Clínica Razetti, al final del Puente República.
A medida que avanza la canción desteje el hilo de sus memorias. Ahora tiene treinta años y llega hambriento a comer en Jaime Vivas. Se sienta con agrado en los muebles de madera rústica que pueblan el lugar. Va acompañado de sus amigos y deciden comenzar tomando, como es costumbre, una cerveza bien fría.
El servicio de los mesoneros es impecable, y en un segundo revisa la carta con verdadero gusto. Mondongo, sopa de gallina con apio, como no existe en toda la ciudad, y el mejor bistec encebollado, con las cebollas doraditas, constituyen una oferta que le hace agua la boca. Se decide por el bistec, mientras piensa que no hay, en toda Caracas, un lugar que tenga un sabor y una sazón como el de aquel pequeño local.
La comida preparada en ollas enormes se sirve en una vajilla muy simple. Llega calientita a la mesa con su aroma inconfundible y, en una época que antecede al televisor, con la radio apagada y sin música ambiental, la conversación ocupa los espacios entre cada bocado. Ríe con sus compañeros, feliz, en un ambiente de informalidad que surge de los manteles individuales de papel, y se pasea entre los comensales que prescinden del traje y la corbata.
Terminado el plato fuerte pide su postre: dulces criollos de verdadera tradición. El quesillo y el dulce de lechosa son maravillosos, y combinan perfecto con un café negro o un guayoyo. El reloj señala que es casi medianoche y el lugar está más vivo que nunca. A su alrededor conviven gente del Country Club, que llega a comer luego de una elegante fiesta, los trabajadores cansados y los camioneros que le sacan la masa a las arepas para echarla en el mondongo. Como en ningún otro sitio, se llevan perfectamente.
A pesar de la hora sigue llegando muchísima gente y eso impide la sobremesa. Los caraqueños hambrientos copan la barra y esperan con impaciencia una mesa. No es de extrañar la popularidad del restaurant, pues nada hay que se le compare, pues es el único que sirve comida especial y deliciosa que rinde tributo a la tradición culinaria de estas tierras. Se despide familiarmente del amable y siempre presente dueño, Jaime Vivas, de los mesoneros, y hasta de otros clientes: el público cautivo de aquel lugar forma una gran familia de muchos años.
Se escuchan los últimos compases de la canción y la sonrisa del sastre se desvanece de pronto. Comenta que, según dicen los rumores, en algún momento murió Jaime y con él su restaurante. De pronto, todo aquello se hizo recuerdo y aquel sitio maravilloso se convirtió en un Burger King de asientos azules y comida plástica. Le da la vuelta al disco y la canción vuelve a empezar.
Ahora un local en Sabana Grande intenta imitarlo, pero no es lo mismo -expresa él, al tiempo que niega con la cabeza. Mientras la Billo`s afirma que “se me ha ido mi ciudad”, el sastre derrama unas cuantas lágrimas por Jaime Vivas que fue, más que un restaurant, un ambiente abierto y sencillo. En su corazón aquel señor aún siente el llamado de sus platos y piensa, dolido, que “Han cambiado mi Caracas compañero” y con Jaime se ha ido, para siempre, un sueño caraqueño.

El video de la canción:

http://www.youtube.com/watch?v=bRdtxgJsNJE&feature=PlayList&p=38B896615892B877&index=0


Casos poco comunes


Cualquier parecido con la realidad...es pura coincidencia!


Cartas Suicidas


Último Acto
“Tomé el guión con manos indecisas, sabía perfectamente lo que diría: yo lo había escrito. Recorrí una a una las páginas leyendo las intervenciones de Rafael, mi personaje. A medida que me acercaba al final rememoraba con detalle todos los seres que había creado con mi pluma, y a todos aquéllos que me habían poseído en los escenarios durante fugaces noches. Quedaban tan sólo algunas páginas, muy pocas, para el gran final de mi obra biográfica. Los amores, el éxito, el reconocimiento, la fama, la familia, los premios, la soledad, el principio y el final de mi vida artística, se mezclaron en un torbellino, y la última página del guión me alcanzó sin poderlo evitar”, dijo Francisco Cabrera desde las tablas, en el instante mismo en que se derrumbó en el escenario. El público aplaudía esperando que bajara el telón. Fue sólo minutos más tarde, mientras Cabrera permanecía aún inmóvil sobre el escenario, que, en el máximo estupor del que éramos capaces, entendimos dolorosamente lo que estaba sucediendo: aquel monólogo final resultaron ser sus últimas palabras, y el guión de la obra que aún yacía junto a él, abierto en la última página, su carta suicida.



Suicidarse no es una de ellas
Hay cosas fáciles de hacer en esta vida: suicidarse no es una de ellas. Que te lo digo yo que lo he intentado de todas las formas y aún sigo viva, viva como para escribir esto que tienes en tus manos. Durante mis treinta y dos años de existencia he logrado todo lo que me he propuesto, he viajado por todo el mundo, estudiado las carreras más complicadas, incluso, permanecí un año en completo aislamiento en la cima de una montaña del Tibet. Y ahora, justo ahora, que me he propuesto suicidarme, simplemente, no puedo. He decidido intentarlo por última vez: contraté a un piloto temerario para que me lleve a dos mil metros de altura, desde donde brincaré del avión, sin paracaídas, sobre la Francisco de Miranda. Si tú, quien quiera que seas, encontraste esta carta, amarrada al ladrillo que tiraré mientras desciendo, has de saber que dejo en tus manos el deber de revelar al mundo que yo, Valentina Hernández, por fin logré mi objetivo.