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Entrevista a Vincent van Gogh


El pintor Vincent van Gogh afirma que su pintura proviene de la locura

“Soy un hombre de pasiones capaz de hacer cosas insensatas”

Ahora que ha resucitado, van Gogh, reconocido por su gran obra pictórica y por estar “loco” -hasta el punto de cortarse el lóbulo de la oreja y suicidarse-, explica sus cuadros e innovaciones en la pintura, relata sus atormentadas circunstancias personales, y se observa un siglo después.

Por Jessica Márquez Gaspar

¿Cuál es la línea que separa la cordura de la locura? ¿La genialidad de la psicosis? ¿Existe de verdad una diferencia entre el loco y el genio? Estas son las preguntas que surgen al examinar la vida y obra de Vincent van Gogh.
Este pintor nacido en Groot Zunder, Holanda, de escasa educación formal y muy pobre, ha pasado a la historia por la extraordinaria obra pictórica que desarrollara en el transcurso de sus 37 años de vida, que ha permitido caracterizarlo como “el gran genio de la pintura contemporánea”, y por su volátil temperamento y demás signos que permitieron caracterizarlo, también, de loco.
El paso del tiempo, el estudio del testimonio de su vida, conformado por sus más de ochocientas obras y las cartas que escribiera durante más de veinte años a su hermano Theo, ha permitido comprender mejor a este hombre, y descubrir en él a un individuo que tuvo una vida dura, fue increíblemente apasionado, frustrado y lleno de una inmensa tristeza, que tan sólo quería expresar la inmensidad de su mundo interior, pero sería, más allá del cliché, incomprendido por su época.
A pesar de la enorme calidad estética de la pintura de van Gogh, de su uso de los colores y la fuerza de sus representaciones, su talento sería reconocido únicamente después de su muerte. En vida, vendería una sola obra, y muchas se perderían al ser vendidos los oleos a traperos para ser rehusados. Muere profundamente atormentado por el fracasazo, consecuencia de una bala que se disparara en el estómago. Trágico final.
Hoy en día ha resucitado. Una nueva oportunidad ha sido abierta para desentrañar el misterio que Vincent representa, y yo la tomo sin pensarlo dos veces. Lo llamo al modesto apartamento de Arles, al sur de Francia, donde vive actualmente. Me atiende nervioso y algo molesto, -siento que he interrumpido su proceso creativo- pero acepta la entrevista, cohibido y con la voz algo cortada, se disculpa porque aún no entiende como funcionan los “dichosos aparatos estos” (se refiere al teléfono).
La mañana de la cita llego puntualmente a su apartamento con una pequeña sorpresa: un ramo de girasoles. Me recibe tímidamente, parece cohibido ante mi presencia, pero eso cambia cuando le extiendo las flores: corre a colocarlas lo más cerca posible de la ventana abierta para que la luz que entra las ilumine de lleno. Se abstrae durante un par de minutos observando la escena, la disfruta.
Nos sentamos en los únicos muebles en la habitación: dos butacas. A pesar de que en este siglo es rico, el apartamento no cuenta con nada ostentoso, en realidad, no cuenta con nada. Todo está lleno de lienzos, manchas multicolores, caballetes, y una cantidad industrial de pintura, muy acorde con el ritmo frenético de trabajo que llevó siempre.
El mismo Vincent parece una obra de arte. Lleno de pintura de pies a cabeza, sobre todo porque siempre le gustó chorrearla sobre el lienzo y pintar con las manos, tiene un ligero temblor en ellas que contrasta con el estado pacífico e introvertido que trasmite a simple vista, y que se sabe que es sólo una apariencia. Llama la atención lo delgado que está, la frondosa barba rubia de varios días, y el lóbulo faltante en su oreja izquierda. Ante su mirada interrogante hago la primera pregunta.

El camino que conduce al lienzo
Cuando inicio la entrevista parece tensarse, aprieta la mandíbula, pero se mantiene tranquilo. Hablamos de su infancia, de su juventud. Expresa con tristeza que no tuvo una educación formal, recuerda haber estudiado muy irregularmente en diferentes instituciones hasta los quince años aproximadamente.
Cuenta que después trabajaría en la sucursal de la casa Goupin, en La Haya. Cuando llega a esta memoria en particular se observa desolado, parece llenarlo la desilusión; cuando lo inquiero al respecto me confía que en aquella época se enamoró de Eugénie Loyer, que se negó a casarse con él. Después de un breve silencio exclama “fue un gran desencanto”.
Respondo con una pregunta:
¿Fue entonces que decidió ser monje y que dedicó grandes esfuerzos a predicar la palabra de Dios? Sin embargo, todo el mito que ha quedado de van Gogh para la posteridad lo representa como un hombre visionario, y no como un católico ortodoxo. ¿Cómo confluyen estos dos aspectos en Vincent?
La verdad me decepcioné de la Iglesia cuando no me dejaron seguir predicando, a pesar de mi gran compromiso y dedicación, y debes saber que entre los misioneros ocurre lo mismo que los artistas: hay una vieja escuela académica a menudo execrable, tiránica, la abominación de la desolación, en fin, hombres que tienen como una coraza, una armadura de acero de prejuicios y de convencionalismos.
Su voz va subiendo de tono, mientras su cara enrojece un poco y aprieta con fuerza los brazos de la butaca.
Su Dios, que ya no es mi Dios, es como el Dios del borracho Falstaff de Shakespeare: “el interior de una iglesia”, de verdad algunos misioneros se encuentran por extraña coincidencia (tal vez se sentirían ellos mismos, si fueran capaces de emociones humanas, un poco sorprendidos de encontrarse) plantados en el mismo punto de vista que un tipo borracho en cuanto a cosas espirituales. Pero parece poco probable que su ceguera se cambie allá abajo en clarividencia.
Y las cosas confluyen en mí porque no siento menos entusiasmo por Rembrandt o Milleto o Delacroix o quienquiera que sea, porque es al revés; solamente, ya ves, hay muchas cosas que se trata de creer y de amar, hay algo de Rembrandt en Shakespeare y de Corrreggio en Michelet y de Delacroix en Víctor Hugo y después hay algo de Rembrandt en el Evangelio y algo del Evangelio en Rembrandt; como se quiera, todo se vuelve más o menos lo mismo, con tal que se entiendan las cosas como buen entendedor.
Trata de comprender la última palabra de lo que dicen en las obras de arte los grandes artistas, los maestros más serios, y verás a Dios allí dentro. Alguien lo ha escrito o dicho en un libro y alguien en un cuadro.
Al terminar su respuesta, la más larga que ha dado hasta el momento, recobra poco a poco su color normal. Relaja las manos.
Entonces el arte llegó para llenar el vacío, afirmo. Mira con fijeza, con intensidad, y asiente. Explica que la pintura y la literatura siempre lo han apasionado, y que pintar es una actividad que puede realizar solo, y eso parece gustarle.
Menciono un nombre: Clarine María Hoormik. Su reacción es instantánea, abre mucho los ojos. Obviamente la recuerda. Cuenta que se enamoró de Clarine, varios años mayor que él, prostituta, y embarazada de un hijo que no era suyo. “No me es posible, ni me era posible, vivir sin amor. Soy un hombre con pasiones. Tenía que encontrar una mujer, de lo contrario me helaría y me convertiría en piedra”, dice de pronto, como disculpándose por aquella decisión. Agrega que ese romance no duro mucho porque su escaso dinero no alcanzaba para mantener el pequeño hogar, y menos aún cuando nació un segundo niño –tampoco suyo-, y por ello Clarine lo abandona. Vuelve la cara para que no note sus ojos aguados.

Los Comedores de Patatas
Hasta ahora las respuestas son escuetas, prevalece el carácter poco extrovertido de Vincent. Mira a los lados cada cierto tiempo. Le muestro entonces una pequeña reproducción de Los Comedores de Patatas, su primera obra maestra; este cuadro, que representa a unos campesinos pobres que comen las patatas que ellos mismos han sembrado, destaca por el trabajo de los claroscuros y por la forma en que trasmite su simple y casi precaria vida. Mientras van Gogh observa mi reproducción, orgulloso, continúo.
Ahora exploramos la relación con su familia. Expresa que fue difícil, sus padres prácticamente lo botaron de la casa cuando lo enviaron a trabajar en La Haya, y el decide, al tiempo que decide dedicarse al arte, romper definitivamente con ellos. “Pero volví a casa, a Nuenen”. Le pregunto por la etapa en esa ciudad y narra que logró que con sus padres la relación funcionara en ese momento, porque ellos apoyaron su arte, pero se hizo muy difícil vivir en aquel pueblo.
Hace una pequeña pausa antes de decir, con profundo dolor, “Fue entonces que murió mi papá”. Mirándose los zapatos va describiendo aquella dura etapa de luto, y explica que Los Comedores vendrá justamente en ese momento, así como otros cuadros menos importantes. Cuando habla del cuadro se nota orgulloso, levanta la mirada. “Se podría decir que se trata de una verdadera pintura de campesinos, yo sé que lo es”

Autorretrato con Sombrero de Paja
Es media tarde ya, y la luz entra por la ventana más suavemente, resaltando de forma especial su cabello rubio. Recuerda profundamente a su Autorretrato con Sombrero de Paja, un cuadro hermoso que lo representa. Sin embargo, cuando le pregunto por él, responde “Quise hacer el retrato de un amigo artista que sueña grandes sueños, que trabaja como canta el ruiseñor, porque su naturaleza está hecha de ese modo. Es un hombre rubio. Y quise poner en el cuadro el aprecio, el cariño que siento por él. Lo pinté, para comenzar, tal cual, es decir, tan fielmente como pude. Ahora bien, el cuadro no estaba así acabado porque para terminarlo decidí ser un colorista arbitrario. Exagero lo rubio de la cabellera. En lugar de pintar detrás de la cabeza el muro vulgar y mezquino de la habitación, pinté el infinito: hice un simple azul, el más rico, el más intenso que yo pueda elaborar. Y por esta sencilla combinación la cabeza rubia, iluminada sobre este fondo tan rico, produce un efecto misterioso, como el de la estrella en el azul profundo”. Lo dice con absoluta convicción.
Ese autorretrato es de su etapa en París -cuando fue a vivir con Theo, su hermano, tras la muerte de su padre- que Vincent rememora como el momento en que se unió a los grandes pintores de la época. Narra como trabó amistad con Toulouse-Lautrec, Emile Bernard, Pissarro, Guaguin, Signac, Anquetin, Seurat, Cézanne, Suzanne Valadon, Millet, Monticelli, y Delacroix, y cómo cada uno de ellos dejó una huella visible en su pintura, que se unió a la pasión por las estampas japonesas que descubrió también en esa ciudad. “París fue un gran aprendizaje, vivir de cerca el impresionismo, el puntillismo, conocer a mis héroes, sobre todo a Millet que tanto me inspiró”. Es, sin lugar a dudas, una época feliz, porque se asoma una pequeña sonrisa, la primera de toda la entrevista.
Es momento, entonces, de otra pregunta: Autorretrato con Sombrero de Paja no fue el único: un aspecto por el que ha sido ampliamente conocido es por su gran colección de autorretratos, que muestran ciertas variaciones de sus rasgos físicos según el momento que estaba viviendo. ¿Cómo sería un autorretrato de Van Gogh actualmente, ahora que es considerado uno de los grandes artistas de la pintura universal?
Sería exactamente igual. Quise hacer aquellos autoretratos para que un siglo después la gente los viera como apariciones... y lo logré. No hay razón para que sean diferentes.

Los Girasoles
Si por algo ha sido famoso van Gogh es por los girasoles. Aunque este motivo fue pintado por muchos artistas antes que él, fue su trabajo del color, especialmente del amarillo, lo que diferenció e hizo especial sus múltiples obras de girasoles que comenzaron en París, y siguieron durante varios años. Los Girasoles, su gran obra que lo hiciera verdaderamente famoso es, en realidad, parte de una serie de cuadros muy parecidos que estaban destinados a adornar la Casa Amarilla de Arles.
El ramo de girasoles que le traje a Vincent reposan en el atardecer. Descubro que mientras pienso la próxima pregunta los mira con deleite. Lo inquiero entonces sobre su trabajo de la luz y del color. “Los amarillos llamaron completamente mi atención, y la luz, la de Arles, es una luz que, a falta de otra palabra mejor, no puedo sino llamar amarilla, amarillo de azufre pálido, limón dorado pálido ¡Qué hermoso el amarillo!”.
Sonríe abiertamente al pasearse por este tema, se levanta de la butaca y toma los girasoles, los observa, y comenta “Siempre me han fascinado, pero para alcanzar ese tono de amarillo de aquel verano tuve que partirme el pecho. Valió la pena. Recuerdo que le dije a Theo en una carta que vería como, esas telas de girasoles que le envié para que las conservara en la intimidad, llamarían la atención. Mis girasoles, y en especial Los Girasoles, son de esa clase de pinturas un poco cambiantes de aspecto, que se enriquecen si la miras mucho rato”. Está casi eufórico, y este estado tarda un poco en desaparecer.

La Casa Amarilla. La Habitación de van Gogh. La Silla de van Gogh
Pocos saben que La Casa Amarilla, La Habitación de van Gogh y la Silla de van Gogh son todos de la misma época: Vincent pinta estos tres cuadros durante la temporada que vive en Arles, al Sur de Francia, justamente donde se residencia ahora.
La Casa Amarilla es la representación del espacio que sería su hogar. “En ella quise organizar una comunidad de artistas donde se discutiera de arte, y se compartiera comunitariamente la pintura, esta idea proviene de París, y fue uno de mis grandes sueños”. Comenta que durante esta época invitaría a Gaughin a unirse a la comunidad, y él acudiría, pero las diferencias entre ellos evitarían que se llevara a cabo este proyecto. Regresa el temblor de las manos y de la voz, cuando expresa “Mi tormento fue, entonces, ¿Para qué podría yo servir? ¿No podría yo ser útil de alguna manera? Ya ves, esto me atormenta continuamente, y además uno se siente prisionero en su tormento, excluido de participar en tal o cual obra, y tales y cuales cosas necesarias están lejos de tu alcance. A causa de esto no se vive sin melancolía, después se sienten vacíos allí donde podría haber amistades y altos y serios afectos, y se experimenta cómo el terrible decaimiento roe hasta la misma energía moral, y la fatalidad parece poder poner una barrera a los instintos afectivos y una marea de náuseas sube a la garganta. Y en seguida se dice: ¿hasta cuándo, Dios mío?”.
Tiene la respiración entrecortada, se ha hecho de noche y la luz artificial le da un efecto de dramatismo a la escena, resaltando sus facciones ahora adustas, y su mirada perdida. Entramos en terreno difícil, porque debo preguntarle sobre la automutilación del lóbulo de su oreja izquierda. El relata lo sucedido: “Gaughin quiso abandonarme, y también a la comunidad, e intenté atacarlo con una navaja, me corté el lóbulo de la oreja y se lo dí a una prostituta amiga mía. Supe después que, mientras yo estaba inconsciente, Gaughin fue acusado de haber intentado matarme; finalizada esta situación se iría, como dijo, y con él el sueño de la Casa Amarilla. Estuve varios días en el hospital, Theo y mis amigos Roulin y Paul Signac fueron a visitarme, la comunidad de artistas ya no se realizaría, y mi amistad con Gaughin, que siempre fue para mí muy importante, se debilitaría enormemente, aunque no terminaría”.
Quedarían de testimonio de la Casa, la Silla y la Habitación de Van Gogh, que muestran una nueva técnica del color y de la perspectiva, por lo que son ampliamente conocidos en todo el mundo. El primero es la introducción de un elemento nuevo en la pintura: la silla. Del segundo expresa, “Es simplemente mi dormitorio; sólo que el color predomina aquí, dando con su simplificación un estilo más grande a las cosas y llega a sugerir el reposo o el sueño en general. En fin, con la vista del cuadro debe descansar la cabeza o más bien la imaginación. Las paredes son de un violeta pálido. El suelo es a cuadros rojos. La madera del lecho y las sillas son de un amarillo de mantequilla fresca; la sábana y las almohadas, limón verde muy claro. La colcha, rojo escarlata. La ventana, verde. El lavabo, anaranjado; la cubeta, azul. Las puertas, lilas. Y eso es todo –nadie más en este cuarto con los postigos cerrados-. Lo cuadrado de los muebles insiste en la expresión del reposo inquebrantable. Los retratos en la pared, un espejo, una botella y algunos vestidos. El marco –como no hay blanco en el cuadro- es blanco”.
De esta forma, dos cuadros que se suponía expresaran descanso, tranquilidad, quedan marcados por la época más terrible y convulsa de la vida de Vincent. No puedo evitar preguntarme si existe una habitación como la descrita en aquella zona del apartamento que no he podido conocer, La Habitación de van Gogh.

La Noche Estrellada
A caído ya la noche, y las estrellas lo llenan todo. Recuerda profundamente a La Noche Estrellada, otra de sus grandes obras ampliamente conocida. Es de especial importancia porque presenta la vista desde el sanatorio de Saint-Remy-de-Provence, donde Vincent estuvo recluido voluntariamente después de la automutilación.
Ahora mira por la ventana, y le pregunto por esta obra tan particular, guarda silencio, y dice de pronto, de golpe: “Yo confieso no saber por qué será, pero siempre la vista de las estrellas me hace soñar, tan simplemente como me impulsan a soñar los puntos negros que representan en el mapa las ciudades y lugares. ¿Por qué, me pregunto, los puntos luminosos del firmamento nos serían menos accesibles que los puntos negros en el mapa de Francia? Si tomamos el tren para irnos a Tarascón o a Rúan, tomamos la muerte para irnos a una estrella. Lo que es realmente cierto en este razonamiento es que, estando en vida, no podemos irnos a una estrella; lo mismo que estando muertos no podemos tomar el tren. En fin, no me parece imposible que el cólera, el mal de piedra, la tisis, el cáncer, sean medios de locomoción celeste, como los barcos a vapor, los ómnibus y el ferrocarril, lo son terrestres. Morir tranquilamente de vejez sería ir a pie”.
Este gran cuadro constituyó un hito en la pintura por introducir un dinamismo hasta entonces desconocido en la pintura, van Gogh dice al respecto que “quería encontrar el modo de probarnos algo tranquilizador y que nos consolara de tal manera que cesáramos de sentirnos culpables o desdichados”. Pero él pareciera sentirse culpable, se muerde el labio inferior, y baja nuevamente la mirada, esa no fue la mejor etapa de su vida.
Hago otra pregunta de importancia: Sr. Vincent es mundialmente conocido por su visión única de los girasoles. No obstante, los críticos de arte coinciden en su visión única de un tema que no fue abordado por ningún artista de su época: los cipreses. “Noche estrellada” y otras de sus obras que incluyen este elemento, son aclamadas por la maravillosa representación que hace de este elemento natural. Ahora, retrospectivamente, ¿Por qué no se dedicó o se dedica a pintar cipreses?, ¿por qué no darle un mayor protagonismo en sus obras? Tal vez actualmente sería conocido como “van Gogh de los cipreses”.
Es cierto que mis cipreses son particulares. Me han preocupado siempre, de hecho, quise hacer algo como las telas de los girasoles, porque me sorprende que nadie los haya hecho todavía como yo los veo. En cuanto a líneas y proporciones, son bellos como obeliscos egipcios, y el verde que utilicé es de una calidad tan distinguida.
Los cipreses son la mancha negra en un paisaje lleno de sol o de luz de luna, peros una de las notas negras más interesantes, de las más difíciles de captar exactamente, que pueda imaginar. Luego hay que verlos contra el azul, en el azul para decirlo mejor. Son muy grandes y macizos. El brusco final de mi vida me impidió desarrollar todo esto, y es una lástima. Ahora que tengo esta segunda oportunidad, lo haré.
Se anima. Parece resistir el impulso de levantarse a pintar cipreses, por la forma en que aprieta, ahora, los brazos de la butaca: alegremente.

Campos de Trigo con Cuervos
Es un cuadro poco conocido, pero fundamental por ser uno de los últimos que Vincent pintara. Después de salir del sanatorio, cuenta, pasaría una buena época siendo tratado por el doctor Gachet en Auvers–sur-Oise, pues comprarían por la insignificante cantidad de 400 francos Las Viñas Rojas, la única obra que vendería en vida, y recibiría una magnífica crítica de Albert Aurier que decía, sobre su obra: “Se trata de la universal, loca y cegadora fulguración de las cosas; se trata de la materia, de la naturaleza entera retorcida frenéticamente, paroxizada, subida al punto más alto de la exacerbación; se trata de la forma que se convierte en pesadilla, del color que se convierte en llamas, lavas y pedrerías, la luz que se convierte en incendio; la vida, fiebre alta”.
Continúa explicando, ante mi pregunta, lo que sucedería después. Recibe una carta de Theo que le contaba el progresivo deterioro de su salud y las dificultades en el trabajo, y aunque éste lo fue a visitar, eso no calmó a Vincent, y hacia el final pintó Campos de Trigo con Cuervos que “Son vastas extensiones de trigo bajo cielos tempestuosos, y no tuve dificultades para tratar de expresar la tristeza y la extrema soledad”. Sabe el final de esta historia y regresa al estado de tensión original.
Al poco tiempo se dispararía, en un campo como el retratado, una bala en el estómago que lo mataría dos días después.
Por último, la gran pregunta: ¿Considera que ciertos elementos de sus obras que marcaron sus innovaciones en la pintura, -la intensidad de los colores, el uso de remolinos, las líneas diluidas de las figuras, la perspectivas particulares- se corresponden con una búsqueda estética, o cree que está loco, como se ha afirmado?
No conozco mejor definición de la palabra arte que ésta: “El arte es el hombre agregado a la naturaleza”; la naturaleza, la realidad, la verdad, la locura, pero con un significado, con una concepción, con un carácter, que le artista hace resaltar, y a los cuales da expresión, “que redime”, que desenreda, que libera, que ilumina. Y eso hice con mi pintura.
Soy un hombre de pasiones, capaz de hacer cosas más o menos insensatas, de lo cual me arrepiento a medias. Me ocurre a menudo que hablo u obro con demasiada precipitación cuando sería mejor esperar con más paciencia. Creo que otras personas pueden también algunas veces cometer imprudencias semejantes.
Ahora ¿qué hay que hacer, debo considerarme como un hombre peligroso e incapaz de cualquier cosa? No lo creo. Pero se trata de sacar por todos los medios de estas pasiones grandes obras, grandes logros, un buen partido. Por ejemplo, para mencionar una pasión entre otras, tengo una pasión más o menos irresistible por los libros y tengo necesidades de comer mi pan. Tú, tú podrás comprender esto. Cuando estoy en el ambiente de cuadros y de cosas de arte, siento entonces por ese ambiente una violenta pasión que va hasta el entusiasmo y no me arrepiento.
Por supuesto que son producto de la locura, pero son, y siempre serán, una búsqueda estética, la búsqueda eterna de las formas expresivas del arte.
Expresa sin temblor en las manos, sin quiebres de voz, y mirando fijamente, para que no quede la menor duda.

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