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¿Y ahora?

¿Y ahora?

-¿Y ahora qué hacemos?
-Llama al 911.
-¡No tengo señal!
-¡¿Cómo que no tienes señal?! ¡Yo tampoco tengo!
-Lo que faltaba ¡Debimos haber bajado por las escaleras! ¡Ahora estamos en esta caja de metal a quince pisos de altura sin la más remota idea de qué está pasando! -exclamó Fernando furioso.
- No creo que se trate simplemente de que nos quedamos entre dos pisos… -murmuró Rafael.
-¡Ahora te pones fatalista!
-¡Piénsalo! no tenemos señal, se oye algo como gente corriendo ¡escucha!, y además no puedo mandar e-mails –dijo Rafael mientras pinchaba una y otra vez la pantalla de su palm con el ceño fruncido.
-Bueno, yo no sé tú, pero yo no tengo intenciones de quedarme en esta caja más tiempo, así que voy a gritar para que nos saquen de aquí: ¡AUXILIOOO! ¡AYÚDENNOSSS! –gritó Fernando desesperado.
-¡Fernando, cálmate por favor!, con eso no logras nada, ¡pensemos con calma!, yo creo que hay un apagón en el edificio que seguro resuelven rápido, o si no nos sacan los bomberos de aquí –dijo Rafael aparentando una calma que no sentía.
-¡Pero pueden tardar siglos!
-Entonces busca algo con que pasar el rato, con qué entretenerte, yo voy a terminar este informe mientras tanto –dijo Rafael mientras se concentraba en su palm.
-Ni modo- refunfuñó Fernando-. Yo voy a oír la radio –murmuró.
Pasó cerca de una hora. Fernando pasaba de una emisora a otra oyendo música hasta que exclamó:
-¡Rafael! ¡Con razón!
-¿Ajá?
-¡Hubo un apagón!...!En trece estados!
-¡¿Qué qué?! –gritó Rafael, que ahora escuchaba a Fernando con atención.
-¡Sí! ¡Sí!, hubo un apagón,...aja, que mantengamos la calma, parece que todo es un caos, la gente caminando por la calle ¡jajajaja!, no hay comunicaciones, eso lo explica, los comercios cerrados, ¡el metro parado!…aja…que mantengamos la calma, sí, ya entendimos, el gobierno no dice ni pío y ¡el país vuelto un desastre! –dijo Fernando a medida que escuchaba lo que se anunciaba en la radio.
-¡No puede ser!, ¡lo que faltaba!
-Ya va Rafael, cállate un segundo….creo que oigo voces…
-Se llama locutor Fernando –dijo Rafael exasperado.
- Que gracioso, no vale en serio, oye…
-¡Oigan!, los que están allá adentro, somos los bomberos y ya vamos a sacarlos –gritó una voz lejana.
El ascensor descendió al piso 14, donde unos forzudos bomberos forzaron las puertas hasta dejar salir a Fernando y a Rafael, a un pasillo donde la única luz era aquélla que entraba por los paneles azules del edificio. Catorce pisos más abajo, la población incomunicada, sin medios de transporte y con todos los comercios cerrados, dejaba de lado las reglas y códigos y se lanzaba a llenar autopistas y avenidas en un desesperado intento de llegar a sus casas. En realidad escapaban, por unas horas, de una existencia monótona controlada por la tecnología
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